Boletín informativo digital Nº 67 (Diciembre de 2011)
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"Una semana después, me hice socio de Cruz Roja Española. No podía seguir de brazos cruzados"
Cooperante de Cruz Roja Española en Haití
Luis Miguel Peromingo Corral. Socio de Cruz Roja.
 
"Al llegar a casa el martes 27 de diciembre de 2010, víspera de Los Santos Inocentes, entre la correspondencia encontré una carta de Cruz Roja Española. Incapaz de leerla en ese momento, tras doce horas al volante del taxi, la metí en la mochila para el día siguiente.
 
En el paréntesis del almuerzo la abrí. Me informaban de la tragedia de Haití, agradeciendo mi donación; explicaban el destino del dinero recaudado y la necesidad de proseguir con el proyecto durante los próximos seis años. Por último, me animaban a participar como socio permanente de Cruz Roja.
 
El tríptico que acompañaba a la carta detallaba las actuaciones que se estaban llevando a cabo en Haití. Era impactante; noté como se erizaba el vello de mis brazos.
 
El cupón admitía la opción de hacerse socio desde 5€ al mes. Me planteé esa posibilidad... pero rápidamente aparecieron los fantasmas de la crisis, los estudios de mi hija... etc. Mis conjeturas mentales quedaron en stand by al saltar un servicio de emisora: 'había que seguir currando'.
 
Por la tarde, un hombre con una maleta levantó el brazo para solicitar mi servicio. Iba al AVE. Al introducir el bulto en el maletero, vi el logo de Cruz Roja en uno de los laterales. Y volvieron a aflorar en mí las sensaciones experimentadas al coger la carta.
 
¡Qué coincidencia! -Pensé- Esto parece una señal.
 
Le pregunté y me explicó que era cooperante, técnico en potabilización de aguas, y que justo había llegado de Haití: había estado un mes participando en acciones directas para combatir el brote de cólera que azotaba a la población.
 
Las emotivas sensaciones se intensificaron dentro de mí. Más que una señal, aquello parecía un guiño del destino: primero, la carta de Cruz Roja; luego, el cooperante de Cruz Roja, y para rematar, recién llegado de Haití.
 
Con insaciable curiosidad por conocer la situación real en Haití de la mano de un testigo de primera línea, le pregunté: ¿Y en qué ha consistido su labor personal?. El hombre (cuyo nombre ignoro) comenzó a contarme sus vivencias:
 
      "Mi trabajo consiste en dejar instaladas y operativas plantas de potabilización de aguas para el uso cotidiano de la población. Aunque la aportación más importante es la de formar a los cooperantes de Cruz Roja Haitiana, para que adquieran la autonomía suficiente en la gestión de aguas, pudiendo así llevar a cabo por ellos mismos en el futuro todas las acciones necesarias a lo largo y ancho del territorio. Hemos actuado prioritariamente en Puerto Príncipe y su extrarradio, donde existe mayor concentración de población."
Durante nuestro viaje seguimos hablando sobre su trabajo e hizo también hincapié en el formidable esfuerzo que un amplio grupo de personas está realizando en pos de ayudar de forma directa y efectiva a otras muchas personas que han sido desgarradas por la desgracia de perder, no sólo lo poco que tenían, sino lo que es aún peor, perder a todos sus familiares. Hablamos de ayuda desde un punto de vista material y de recursos básicos (agua, alojamiento, alimentos, medicinas...), como desde el punto de vista psicológico y afectivo.
 
En el tramo final de este relato, no puedo dejarme en el tintero un pequeño, pero gran matiz, que me comentaba este ciudadano anónimo respecto a las gentes del pueblo haitiano y a su manera de ser. Fue un comentario simple y escueto, pero tan intenso y profundo en la manera en la fue expresado, que me llegó directo al corazón con toda su crudeza y trascendencia. En un tono de admiración casi sobrehumana, a la vez que compasivo, este cooperante me dijo: "Con todo lo que han pasado... ¡Qué pacientes son los haitianos!"
 
Sin duda, este intercambio de impresiones abrió una puerta en mi conciencia para venideras y profundas reflexiones sobre la vida misma.
 
Justo en ese momento llegamos a la marquesina de la estación para el acceso de los pasajeros. No dio tiempo para más. Me pagó la carrera, nos bajamos del taxi. Le extendí la mano y, mirándole a los ojos, le dije:
      - Enhorabuena por el trabajo realizado, y por los resultados conseguidos.
      - Gracias.
      - Buen viaje... y descansa.
Desapareció por la puerta de acceso a la estación empujando su carrito de equipaje. Yo me quedé un momento absorto, como si hubieran parado el tiempo, intentando asimilar los acontecimientos.
 
Era 28 de diciembre... esto no sonaba a inocentada... es el día de Los Santos Inocentes... "Los haitianos"... santos y pacientes, desgraciados e inocentes.
 
P.D. Una semana después, me hice socio de Cruz Roja Española. No podía seguir de brazos cruzados. Mi casual encuentro con este cooperante anónimo me hizo cambiar el chip.
 
 
 
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