Boletín informativo digital Nº 96 (octubre 2014)
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Un nuevo hogar de "amakan"
Las paredes de la vivienda son de "amakan"
"Mamá, vamos a dormir a la casa nueva", les dicen los niños de Kialyn Troayno cuando llega la noche. Kialyn, a sus 29 años, tiene cuatro pequeños, el último de ellos, una niña, de apenas cinco meses. Cuando hablamos con ella, los tres mayores se divierten con dibujos animados en un reproductor portátil de DVD, mientras su madre pone orden en los pocos objetos que tienen en la vivienda: la ropa, el colchón donde duermen, algunas sillas, un ventilador... La abuela de los pequeños, suegra de Kialyn, cuida con cariño de la pequeña, que mira con ojos nuevos todo cuanto le rodea. El padre trabaja fuera toda la semana.
 
Las paredes de la vivienda son de "amakan" (bambú trenzado, muy común en las viviendas de Filipinas). Kialyn les ha colocado algunas telas y tapices, para personalizarla, y cortinas en las ventanas. Hace apenas dos meses que viven allí, pero ya han hecho de ella su hogar. Se trata de un "shelter", una pequeña casa temporal que les sirva de refugio, con el que Cruz Roja apoya a las familias afectadas por el tifón Yolanda. Está construido junto a la vivienda de la suegra de Kialyn: una cabaña también de madera, en la que vivió Kialyn y su familia durante los últimos seis años. Hasta que el tifón Yolanda arrasó con ella.
 
La noche del 7 de noviembre los informativos advertían de que supertifón Haiyan se aproximaba por el este. En Filipinas lo bautizaron como Yolanda. Noviembre es época de tifones y tormentas en este archipiélago castigado cada año por distintos desastres naturales: tormentas, volcanes, terremotos... "Según las noticias, el nivel del agua iba a ser "solo" moderadamente alto", recuerda Kialyn para explicar por qué no abandonaron su casa, a pesar de las advertencias. El Haiyan ya estaba considerado el mayor tifón de la historia. Dejaría tras de sí, miles de fallecidos y más de un millón de damnificados en Filipinas. Las islas de Leyte y Samar (en la que viven Kialyn y su familia), entre las más afectadas.
 
Aquella noche, Kialyn, sus tres hijos, su marido y su suegra se quedaron en la cabaña de la familia, en el barangay de Amandayehan, en la ciudad de Basey, al oeste de Samar. Por la mañana, "a la hora del café", la tormenta les sorprendió con más fuerza de la que pudieran imaginar. "El agua comenzó a entrar en la casa", recuerda Kialyn. "Mi suegra pensaba que el agua era de la lluvia, pero nos dimos cuenta de que el agua venía directamente del mar". El huracán había provocado una especie de "tsunami" que destrozó cultivos y edificios. La inundación pronto les subía por encima del pecho, y llegó a alcanzar el nivel del techo. Desesperados, buscaron refugio en el "barangay hall", el centro de reuniones y de gestión del barangay: un modesto edificio de dos plantas donde podrían estar a salvo de la crecida del agua y del viento. Solo tenían que cruzar la calle, a quince metros de distancia. Pero el trayecto parecía interminable, en mitad de aquel caos de lluvia, rachas de viento y deshechos arrastrados. "Cuando volvimos a nuestra casa, solo quedaban escombros. No teníamos comida, se habían derribado todas las paredes, y la cocina quedó completamente destruida. Todo estaba desperdigado. No se salvó nada. Mis hijos se pusieron enfermos". Al principio, tuvieron que dormir entre escombros, mientras reconstruían poco a poco la casa familiar a retazos y restos, como casi todos los vecinos.
 
Cuando todo aquello ocurrió, Kialyn ya estaba embarazada, pero aún no lo sabía.
 
A mediados de este año nació su cuarto bebé: su primera niña. La vida les cambió en muchos otros sentidos: en agosto, Kialyn, su marido, los tres pequeños y la recién nacida estrenarían su nuevo hogar, como beneficiarios del proyecto de "refugio transitorio" que Cruz Roja Filipinas está desarrollando en la zona, con el apoyo del Comité Internacional de Cruz Roja y diferentes sociedades nacionales, entre ellas, Cruz Roja Española.
 
Con una estructura de madera y paredes de "amakan", la edificación se levanta sobre unos cimientos firmes, elevada a medio metro del suelo, para prevenir posibles inundaciones, y con criterios de construcción seguros, que la hacen resistente a fuertes vientos. El propio marido de Kialyn participó en la construcción, junto a carpinteros contratados por Cruz Roja, bajo la supervisión de arquitectos y técnicos, y tras recibir una orientación sobre edificación segura ante desastres. Al oeste de la isla de Samar, la Institución humanitaria está construyendo más de dos mil viviendas transitorias como esta, con la cofinanciación de la Dirección General de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Comisión Europea.
 
"Estamos realmente agradecidos", afirma Kialyn. "Soy feliz cada vez que al despertarme, mis niños me dicen, "mamá, vamos a hacer de nuestra casa un poco más bonita". Voy a hacer un esfuerzo para que esta casa sea cada vez más bella, porque se nos ofreció de todo corazón".
 
 
 
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