María
Cruz Roja Española en Palma de Mallorca
(Baleares)

El verano pasado volvía de trabajar. Había sido un día muy caluroso y la tarde todavía era pesada. Aparqué el coche junto a mi casa, en un barrio residencial a las afueras de Palma, enfrente de la parada del urbano. Cuando iba al portal, vi una señora mayor esperando al autobús. Parecía una asistenta de alguna de las casas, estaba sentada, con bolsas y parecía muy cansada. De repente, pensé que podía hacer algo por ella y me acerqué. No quería que fuera una situación embarazosa, ni que se sintiera incómoda así que con un tono casual y alegre le dije "Hola, mire voy al centro, si quiere la acerco". La señora podía haber desconfiado de mi pero tomó mi cortesía como tal y se dejó llevar a casa contenta.

El verano pasado iba por la calle, a mediodía, otro día de mucho calor. Iba a la farmacia, me dolía el estómago, a veces me pasa. Empecé a sentirme peor, empecé a sudar y se me nublaba la vista. Sabía que era una bajada de tensión pero antes de poder evitarlo me desmayé. Duró un segundo creo, cuando abrí los ojos ví gente que pasaba a mi lado y me miraba desconfiada. Me sentí avergonzada de haber montado un "espectáculo", de parecer algo malo e incómodo a sus ojos. Me incorporé a medias para sentarme en un escalón cuando vino una señora que me había visto desde la otra acera. Era sudamericana y me habló muy dulce y me trajo agua y me preguntó si quería que me acompañara a casa. Qué rabia sentí hacia el resto, los que no sólo no me auxilaron sino que hicieron que me sintiera mal.

La cordialidad es un lazo amable y cortés entre desconocidos que nos hace la vida mejor. Ojalá fuera moneda en curso y dejara de devaluarse. La cordialidad del que da y la del que recibe también, del que acciona y del que reacciona.Es necesaria. Al final todos estamos en el mismo barco; todos nos sentimos cansados alguna vez, y nos pesan las bolsas de la compra,y nos caemos en la calle, y nos faltan cinco céntimos en el supermercado, y perdemos las llaves... que nos pasa a todos.