Centro de Refugiados en La Rioja

Una atención a los llegados de fuera

 

Conchi Aquesolo. Logroño.

Para Madina se cierra una puerta y otra se abre. En unas horas saldrá por última vez del Centro de Acogida Temporal para refugiados de Cruz Roja en Logroño y empezará una nueva vida en su propio hogar. Otra vez.

 

Por eso se toma con resignación la mudanza, las estrecheces que sabe que sufrirán tanto ella como sus cinco hijos y la sensación de vivir en una tierra extranjera. Sabe que lo superará con el tiempo porque lo importante es que están juntos y tienen una nueva oportunidad.

 

En apenas unos días pasaron de vivir rodeados de lujo en su Rusia natal a tener que desenvolverse con las escasas pertenencias que cabían en una maleta.

Ahora recoge los últimos utensilios que quedan en las habitaciones que han ocupado durante su estancia mientras se prepara para ir a trabajar. Ha recuperado la sonrisa y sólo tiene palabras de agradecimiento para todas las personas que lo han hecho posible.

 

El Centro de Acogida Temporal para refugiados de Cruz Roja en Logroño ha atendido desde su creación en 1994 a 232 personas de 32 nacionalidades. En una primera etapa estuvo en Arnedo (La Rioja) pero desde el año pasado se encuentra en la sede autonómica de la institución, en Logroño.

 

"La gente del Centro ha sido maravillosa con nosotros", afirma Madina. "No sé lo que habría hecho sin ellos. Me han ayudado a recuperar la confianza y la ilusión y me ha enseñado lo que necesito para desenvolverme, explica mientras su primogénito Kameil se afana con la escoba. Pese a su corta edad, las circunstancias le han convertido en el cabeza de familia y se toma muy en serio su nuevo papel.

 

En apenas unos días esas mismas paredes acogerán a sus nuevos ocupantes. Personas que al igual que esta familia rusa, acudirán desorientadas en busca de ayuda. Huyen de un conflicto o de una situación de violación de los derechos humanos. La mayoría son mujeres y niños.

 

El centro, con capacidad para veinte personas, es como una residencia en la que reciben alojamiento, manutención y servicios sociales que facilitan su posterior integración. "Vienen porque no tienen medios económicos y están esperando a que se resuelva su solicitud de asilo", explica la directora, Isabel Manzanos, que coordina el centro ayudada por una trabajadora social, una educadora, dos gobernantas y dos cuidadoras.

 

"El plazo de estancia es de seis meses. Por eso hay que empezar desde la base, con un plan muy rápido para que aprendan a valerse por sí mismos cuando no estemos. No hay que crearles dependencia. Muchas veces lo más importante es el apoyo emocional y el afecto, que no se sientan solos. Hay que tener en cuenta que el refugiado es una persona que no desea serlo, pero no ha tenido elección. Su experiencia en muchos casos ha sido traumática y son ellos los que deciden contarla cuando están preparados", añade la directora.

 

Asia, Chantal, Oseé, Armella, Aissaoui, Haniffa...Todos tarde o temprano tendrán que seguir los pasos de Madina. El hecho de que sean de orígenes tan dispares también les ha enseñado otra lección: han aprendido a respetar, convivir y ser solidarios con los que son diferentes. Porque han descubierto que en el fondo son iguales. Y quieren que el mundo que les espera fuera, también lo aprenda.