Las municiones de racimo tienen un radio de acción considerable. Cada una puede llegar a contener hasta 644 bombas pequeñas que, en general, están diseñadas para explotar al impacto. Sin embargo, un alto porcentaje no estalla según lo previsto. En consecuencia, estos artefactos letales siguen matando o hiriendo a personas civiles durante años o décadas después del fin de las hostilidades. Además de causar víctimas directas, la presencia de submuniciones sin estallar demora la llegada de la ayuda humanitaria, obstaculiza la reconstrucción y hace que el uso de las zonas agrícolas se torne sumamente peligroso. "Las personas civiles sufren intensamente durante los conflictos. Es inaceptable que deban seguir padeciendo los efectos del empleo de estas armas años después del fin de las hostilidades", apunta José Luis Rodríguez Villasante, director del Centro de Estudios de Derecho Internacional Humanitario de Cruz Roja Española (CEDIH).
Actualmente, cerca de 34 países han producido municiones de racimo, y unos 75 poseen esas armas. Pero las existencias de municiones de racimo son enormes: representan millones de cápsulas que contienen miles de millones de submuniciones individuales. La mayor parte de ellas están tornándose obsoletas y resultan cada vez menos fiables.
La Cruz Roja, a nivel internacional, ha exhortado a los Estados a negociar, con urgencia, un nuevo tratado de derecho internacional que prohíba por completo las municiones de racimo imprecisas y no fiables. Dicho tratado también debería contener disposiciones sobre la limpieza de las zonas actualmente contaminadas por estas armas y sobre la asistencia a las víctimas de las mismas.
Cruz Roja Española comparte esta posición. Durante la XXX Conferencia Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, celebrada el pasado mes de diciembre en Ginebra, formuló la promesa de apoyar y difundir la Declaración de Oslo (2007) sobre Municiones en Racimo, promoviendo la aprobación de un tratado internacional sobre la prohibición del empleo, el desarrollo, la producción, el almacenamiento y la transferencia de estas armas y su destrucción, así como la asistencia a las víctimas y la remoción de tales municiones.
"Ahora tenemos la oportunidad de prevenir un gran sufrimiento humano si logramos que estas armas nunca se usen y sean destruidas. Si proliferan y se utilizan, podríamos enfrentarnos a una crisis humanitaria mayor que la causada por las minas terrestres", indica Rodríguez Villasante.La Conferencia de Wellington sobre Municiones de Racimo que se clausura mañana en Nueva Zelanda, podría permitir sentar las bases para un nuevo y necesario tratado sobre las municiones de racimo