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En la pared de la entrada, el dibujo de una cuerda y cuatro manos que la sujetan con fuerza, con la inscripción: “Toma, agárrate a la vida”. Como la cuerda, esta casa supone para Eliseo* y el resto de ocupantes una oportunidad a la que agarrarse para controlar su enfermedad e intentar recuperar su salud y una vida “normal”. |
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Esta Casa de Acogida para personas enfermas de VIH/SIDA de Cruz Roja se encuentra a las afueras de una ciudad andaluza. No desvelaré cuál, porque la discreción es una exigencia de este tipo de centros, para evitar un posible rechazo de los vecinos. El estigma del VIH/SIDA, con toda su crudeza.
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“Intentamos que sea como un hogar -explica Rosa, la psicóloga-. Por eso nunca hay más de 12 personas, en habitaciones de dos”. Profesionales y voluntarios de Cruz Roja suman sus fuerzas para normalizar la situación de los residentes, tanto física como psicológicamente.
Su recuperación salta a la vista. En el momento que empiezan a cuidarse, cumplen con la medicación y se alimentan bien, mejoran mucho. Como Eliseo, un risueño cincuentón que llegó medio inválido y dieciocho meses más tarde ha ganado 45 kg.
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“Aquí me han salvado la vida” –afirma-. También aquí ha aprendido a hacerse la cama, otros hábitos cotidianos y muchas cosas más, en los talleres que imparten los voluntarios de Cruz Roja: de género, autoestima, alfabetización, teatro…
“En mi familia éramos 5 mujeres y yo, así que nunca he sabido hacer nada de casa. Eso me gustaba más –confiesa Eliseo-, pero reconozco que si he de vivir solo cuando salga de aquí, todo esto me servirá de mucho”.
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Por las actividades realizadas (talleres, jardín, cocina…), los residentes reciben fichas que pueden cambiar por lo que les interese: peluquería, salidas, chuches… Un refuerzo positivo que funciona, aunque Eliseo se lo gaste íntegramente en caramelos
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“Durante el tiempo que están en la casa se crean lazos muy fuertes” –detalla Rosa. “Y cualquier suceso, bueno o malo, se siente profundamente, tanto ellos como nosotros”.
Como cuando murió Juan, que había entrado y salido de la casa varias veces, o cuando Oumar luchaba por ponerse bien y encontrar un trabajo para traer a sus hijos de Senegal. Ahora vive con ellos en otra ciudad, pero sigue pensando que los de esta casa también son su familia. Todos sujetan la misma cuerda.
*He cambiado los nombres que aparecen en el artículo para respetar la privacidad de las personas.
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