Los grupos de mujeres sin estudios o con estudios primarios sin concluir tienen una experiencia laboral fluctuante y en trabajos escasamente regulados o muy precarios. La mayoría de las mujeres participantes en estos talleres fueron extranjeras. Por lo general, las españolas de esta edad han finalizado los estudios primarios e incluso los secundarios. Por tanto, la inserción en empleos de baja cualificación se suma a un estatus de extranjería que incrementa los niveles de inseguridad vital (necesidad de renovar los permisos de residencia o trabajo, necesidad de mantener una vivienda en alquiler, lejanía de la familia, etc.).
El estatus de extranjería sumado al bajo nivel formativo ha hecho que la mayoría de estas mujeres no sólo se inserten en el servicio doméstico o de los cuidados, sino que permanezcan en los mismos durante varios años, con escasas posibilidades de movilidad laboral, salvo que acudan a servicios de empleo que puedan asesorarlas para formarse e incorporarse a empleos más estables.
Todas coinciden en señalar que a su llegada a España no han necesitado del apoyo de los servicios de empleo porque las redes migratorias han servido como plataforma para el acceso a los trabajos y a la vivienda. Comentan que entre los años 2000 y 2005, la inserción en el servicio doméstico y de cuidados era casi inmediata, permitiendo no recargar a las redes de apoyo. Muchas, por no decir la mayoría, han ingresado en estos servicios en calidad de "internas", aceptando cualquier condición laboral con tal de trabajar: jornadas interminables, falta de respeto, bajos salarios, falta de contratación por escrito, ausencia de pagas y de vacaciones… En muchos casos, estas mujeres no tenían permiso de residencia y de trabajo y ello incrementaba su dependencia de sus empleadores, así como el temor a “salir de la casa”.
Con el tiempo, la consecución de algunos derechos ha sido posible gracias a sus propias estrategias disuasivas, más que a la intervención por parte de los recursos de empleo o de los servicios sociales. Una vez que han conseguido "los papeles", a base de sumisión en el trabajo, muchas han empezado también a solicitar respeto hacia sus vacaciones, la limitación de jornada, el pago de la Seguridad Social, etc. Otras no lo han conseguido y han optado por salir del servicio doméstico como internas y buscar “casas por horas” (varias casas) o como "asistentas" (es decir, una casa con jornada completa o parcial pero como “externas”). En estas decisiones ha jugado un papel fundamental el acceso a la documentación legal, pero también, el deseo de reagrupar a la familia o buscar un piso donde vivir de forma más independiente. La transición de los servicios domésticos como interna a los servicios domésticos como externa, es vivida por estas mujeres, como una verdadera movilidad laboral ascendente y una mejora de sus condiciones de vida.
Hasta hace relativamente poco tiempo, dichas transiciones eran percibidas como "fáciles" por parte de estas mujeres. Sin embargo, consideran que a partir del año 2006, la situación se ha puesto más complicada. Apuntan que hoy hay más competencia, según explican, por la llegada de más mujeres extranjeras cuya demanda de trabajo mantiene a la baja los salarios, impidiendo que las que llevan más tiempo puedan negociar las mejoras. Un problema que entraña esta situación es que los logros en materia de derechos laborales para las mujeres migrantes en relación al servicio doméstico, se hacen fundamentalmente a nivel individual (negociaciones entre empleada y empleadora) y, en muy escasas ocasiones, llega a trascender la esfera colectiva. La falta de una negociación colectiva de los derechos laborales de las empleadas de hogar vulnerabiliza a las mujeres en el ámbito privado de los hogares que las emplean, haciendo fluctuar sus posibilidades de defensa de los derechos según los determinantes de un mercado regulado mediante la ley de la oferta y la demanda.
Un elemento relacionado con lo anterior tiene que ver con el aumento del precio de los alimentos y la vivienda. Aseguran que éste no afecta sólo a ellas, sino también a sus empleadoras. Muchas de estas empleadoras se están viendo en la necesidad de reducir la jornada laboral de sus empleadas de hogar, o bien, de restarles el pago de la Seguridad Social, teniendo que volver a asumir las cuotas la propia mujer inmigrante. La estrategia de no aceptar esta nueva situación ha llevado, a algunas empleadas, a perder el trabajo y a ser reemplazadas por otras mujeres que llevan poco tiempo en España. Este mecanismo es el que las lleva a pensar que la causa de sus problemas son las propias mujeres migrantes recién llegadas, cuando en realidad se trata de una situación económica estructural.
Un elemento que destacan del servicio doméstico es que se trata de un trabajo que, si bien empieza a ser contratado por algunas tareas y algunas horas (o más bien, en la primera entrevista estas cuestiones quedan muy difuminadas), con el paso del tiempo, se les va exigiendo más horas y tareas (algunas de las cuales no entraban en el contrato verbal inicial). Por ejemplo, si se contrata "para cuidar a los niños", se termina limpiando la casa y preparando la comida; o si se contrata “para limpiar”, se termina planchando, cosiendo, cocinando, haciendo las compras. A medida que pasa el tiempo en un hogar particular, la empleada realiza cada vez más tareas, delegándoles incluso algunas que no les competen -fundamentalmente por una cuestión de falta de preparación o formación-, como por ejemplo, medicar o bañar a una persona mayor. Para estas mujeres, la exigencia de algunas empleadoras no tiene fin, pero principalmente porque el trabajo en el hogar no tiene fin, al igual que les sucede a ellas en sus propias casas.
Pese a ello, las mujeres con escasa formación, valoran el trabajo de servicio doméstico en España, mucho más que otras. Comentan que éste les ha posibilitado sostenerse ellas y sostener a sus familias económicamente, así como, en algunos casos, llegar a ser las únicas sustentadoras del hogar. Muchas han conseguido, gracias a este trabajo, reagrupar a sus parejas e hijos/as. Para éstas últimas, no obstante, compatibilizar el servicio doméstico con el cuidado de su propia familia ha supuesto nuevos problemas: el de los horarios, la mayor carga, el incremento del estrés personal y la adaptación de sus hijos/as a los ámbitos escolares en España. Estos problemas han conllevado, en algunos casos, el divorcio o la separación de la pareja, quedándose nuevamente solas pero con cargas familiares, situación que las ha empujado a una paradoja: la de haber dejado trabajos más continuos (como el de interna o el de asistenta), por otros más discontinuos (externas por horas) para compatibilizar con la vida familiar. La reagrupación familiar y la transición al servicio doméstico por horas ocasionan mayores gastos por parte de la unidad familiar (alquiler de un piso, gastos de los hijos/as), así como una reducción del salario, la asunción de los pagos de las cuotas de la Seguridad Social y el mayor estrés por mantener varias casas al mismo tiempo. Además, el sostenimiento de la unidad familiar puede quedar a la entera responsabilidad de la mujer, en caso de que la pareja se separe sin intención de colaborar. Dicha situación no parece ser anecdótica por lo que han transmitido varias mujeres durante los talleres.
La valoración que hacen del servicio doméstico como trabajo y, en muchos casos, como trabajo “digno”, tiene que ver con que algunas han tenido experiencias previas de trabajo en el servicio doméstico en sus países de origen. Por lo general, se trata de mujeres con escasa experiencia laboral en origen, y la que tienen está relacionada con trabajos desregulados, en la economía sumergida (vendedoras ambulantes, vendedoras a domicilio, preparación de comidas caseras, limpieza y, en algunos casos, trabajos agrícolas o comerciales). La falta de formación ha tenido un papel importante en este abanico restringido de posibilidades. No obstante, la dignificación que perciben en el servicio doméstico en España es atribuida, principalmente, a las mayores posibilidades económicas que brinda en comparación con sus países de origen, y a un trato menos relacionado con el servilismo (aunque en algunos casos éste se siga dando en España).
Así mismo, se relaciona con el hecho de que es un trabajo que muchas mujeres realizan, independientemente de su formación profesional, mientras que en sus países de origen, se trata de un trabajo que realizan quienes están en las peores condiciones de vida. Todo ello, no implica que no consideren las mejoras que debe tener el empleo en el servicio doméstico en España, fundamentalmente, en relación a la necesidad de una mayor cobertura legal y a una mejora contractual que les permita la regularidad documental y brinde mayor estabilidad. Algunas, también aluden a una necesidad en la mejora del trato por parte de las empleadoras, sobre todo, de aquellas que continúan sin considerar el servicio doméstico como un trabajo. Para quienes han tenido experiencias de trato desagradable por parte de empleadoras/es, “educar” a las o los mismos es un paso para la dignificación de este trabajo. Por el momento, son ellas mismas las que realizan esta tarea de educación a través de diversas estrategias individuales:
Estas estrategias forman parte del "saber-hacer" que va más allá de la tarea, pero que da a la misma una cualidad superior, no siempre reconocida2. El hecho de que, en muchos casos, perciban que el servicio doméstico es un trabajo que tendrán que realizar por mucho tiempo (incluso años), debido a su escasa formación, hace que se invierta más tiempo en ganar estos espacios de reivindicación, eso sí, a nivel individual.
En menos grado que la negociación individual empleada/empleadora, han apuntado la importancia de la negociación colectiva en aras a la mejora de las condiciones en el trabajo y del salario. Pero esto lo ven muy difícil en tanto consideran la "competencia" una barrera para la unión entre ellas mismas, así como también echan en falta espacios donde poder organizarse.
Respecto a los hombres, estos grupos de mujeres piensan que ellas encuentran trabajo de forma más rápida que ellos, pero siempre terminan ganando menos, además de tener menor protección a nivel jurídico. También apuntan que se sienten más fuertes que ellos a la hora de resolver cuestiones cotidianas y familiares. Son ellas las que deben conciliar, encargarse de buscar trabajos en horarios que les permitan estar con los y las hijas y cuidarlas, o bien afanarse por encontrar trabajos que estén relativamente cerca del hogar familiar o de la escuela, para poder presentarse allí en cualquier momento. Los hombres, según ellas, no se preocupan por estas cuestiones, trabajan horas intensivas, hacen muchos kilómetros diarios para ir a sus trabajos, y el hogar está menos presente en su mapa mental de arreglos y estrategias, lo cual les hace más "libres".
La migración exige reestructurar la dinámica familiar, pasando muchos hombres a ayudar en casa, aunque no lo hayan hecho antes. Esta reestructuración, no obstante, es sólo una ayuda, porque debido a que ganan más que ellas cuando trabajan, siguen siendo los sustentadores principales. La diferencia radica en que el sueldo de ellas, pese a ser inferior, se ha vuelto imprescindible para la subsistencia del grupo familiar, lo que les otorga una posición mejor en el juego de las interacciones conyugales. Ellos ayudan más en casa, el trabajo fuera de casa de ellas se vuelve imprescindible. Pese a todo, estas mujeres apuntan que, ante una situación de crisis (de empleo, económica, de pareja, con los y las hijas) ellos “aguantan” menos, llegando incluso, en algunos casos, a evadirse (separarse, irse a otra provincia), quedando la mujer con toda la carga familiar a cuestas y complicándoles la vida.
En medio de esta complicada trama de arreglos y cuidados, algunas mujeres han optado por contratar a otras mujeres extranjeras para el cuidado de sus propios hijos/as reagrupados/as o nacidos en España, echando mano de su red de contactos y, en cierta forma, ayudando también a otras mujeres que necesitan algún trabajo. Sin embargo, a veces, este tipo de “ayuda” no se materializa en una contratación formal, o en el pago de la Seguridad Social, pasando ellas mismas a ser empleadoras que no respetan los derechos laborales, aunque sólo utilicen estos servicios por algunas horas. La paradoja aquí es que se trata de derechos que ellas requieren para sí mismas, pero que no pueden, por su constrictiva condición económica, respetar en las demás, devaluando nuevamente el empleo en el servicio doméstico. Las tareas de cuidar a los hijos e hijas de las compatriotas o de otras migrantes amigas, se vive, por ambas partes, como apoyo más que como trabajo.
Respecto a los y las hijas, lamentan que éstos/as deban pasar mucho tiempo en casa sin que ellas estén. Comentan que en sus países de origen tenían más "libertad" que aquí, ya que existía toda una red de control familiar y vecinal que aseguraba que no les pasara nada. En cambio, en España, ven difuminada esa red por la propia estructura urbana y la casi nula cohesión barrial, además del hecho de que los apoyos con los que cuentan están dispersos territorialmente. No siempre es fácil vivir cerca de las amigas o de miembros de la familia. Para ellas, los y las niñas, así como los y las adolescentes, requieren de una densa red de control comunitaria que les permita ampliar su margen de libertad más allá de la propia casa. Situación que ocasiona una reducción del espacio y del movimiento, así como un mayor control por parte de estas madres preocupadas por lo que les pueda pasar. Esta observación se podría relacionar con la apuntada por las jóvenes de 16 a 25 años de los grupos anteriores, que comentaban sentir cierto grado de "agobio" frente al control materno/paterno en España.
Muy dolorosa resulta la experiencia de algunas madres de niños o niñas con problemas de salud o discapacidades. Estos niños/as requieren más intensidad en el cuidado y plantean mayores obstáculos a la hora de encontrar un trabajo, ya que la flexibilidad horaria resulta fundamental, al igual que una economía estable que soporte esta dependencia. Algunas mujeres comentaron que tuvieron hijos/as con enfermedades graves o discapacidades ya estando aquí en España, y relacionan este hecho con la exigencia de haber tenido que trabajar embarazadas hasta el último momento, teniendo en cuenta que el servicio doméstico es un trabajo que entraña mucho esfuerzo físico: “no te puedes permitir el lujo de no trabajar”, “complicarse el parto a raíz del esfuerzo que una hace en los últimos meses”. Este tipo de situaciones repercute en la pérdida de empleos debido a las bajas prolongadas o las reiteradas visitas al médico, sobre todo si se trata de madres solas. Esta es una de las situaciones que han apuntado como causa de crisis de pareja y el abandono posterior del hombre de sus responsabilidades familiares. Según dicen, “los hombres son más débiles” y no pueden soportar ni afrontar dichas situaciones. En otros casos, los hombres sí se hacen cargo de sus responsabilidades parentales y económicas, colaborando más activamente en el hogar. En todo caso, estas situaciones parecen poner a prueba a hombres y mujeres, y suelen ser estas últimas las que continúan, en mayor medida, asumiendo las cargas.
El embarazo también ha sido motivo de despido en algunos casos de trabajadoras domésticas. Incluso una mujer ha comentado que debido al temor a perder el trabajo, no ha comunicado su situación de embarazo hasta que éste no ha estado muy avanzado, poniendo en riesgo su propia salud y la del bebé. Hay tareas de riesgo que se realizan en el servicio doméstico que estas mujeres no deberían hacer: limpiar las ventanas de pisos por fuera, subirse a los armarios y estanterías, aspirar mezclas de productos de limpieza nocivos, hacer demasiado esfuerzo en levantar o mover determinados objetos, etc. La pérdida del trabajo por motivo de embarazo no parece anecdótica para estas mujeres, cuya relación contractual es débil.
Existen diferencias significativas entre las mujeres que han acudido a los servicios de empleo y aquellas que no lo han hecho o no han seguido itinerarios de inserción. Las segundas, suelen moverse entre sus redes y contactos, fundamentalmente formados por otras mujeres inmigrantes, aunque restringido al ámbito de los servicios domésticos y de cuidado. Cuando estas mujeres han acudido a los servicios de empleo, lo han hecho para conseguir un trabajo en el mismo ámbito en bolsas de empleo de instituciones religiosas u ONG, y durante períodos en los que la red migrante no ha podido ayudarlas. Se trata de mujeres que no tienen una movilidad entre diferentes ámbitos laborales, especializándose en el trabajo a domicilio o particular.
En cambio, las mujeres que inician itinerarios de inserción laboral personalizados en los servicios de empleo, por ejemplo, el de Cruz Roja Española, muestran una modificación en sus objetivos respecto al trabajo: están más interesadas en mejorar la calidad del trabajo; están interesadas en formarse para encontrar un trabajo por cuenta ajena que asegure las condiciones laborales; son más optimistas respecto al mercado laboral y sus posibilidades; y se sienten más apoyadas en su proceso de inserción, no sólo desde el punto de vista laboral sino también psicológico. De hecho, las mujeres participantes en los talleres, que habían iniciado itinerarios de inserción laboral en Cruz Roja, habían realizado en su mayoría cursos de formación según su nivel de estudios inicial: auxiliares de geriatría, manipuladoras de alimentos o cajeras. Algunas también habían realizado prácticas y habían sido contratadas por las empresas con las que Cruz Roja mantiene la intermediación. Sin embargo, casi la mayoría continuaba haciendo algunas horas en el servicio doméstico, ya que siempre parecen dejar esta puerta abierta que les asegura cierta tranquilidad.
Las mujeres que se encuentran inmersas en itinerarios de inserción, aunque sigan trabajando en el servicio doméstico, valoran de éstos el trato personalizado, amable y atento de las técnicas de empleo. Trato que, según ellas, es muy distinto al dispensado en los Servicios Sociales, los Servicios Públicos de Empleo (SPEE-INEM) u otros organismos. También valoran que las motiven a formarse en cursos con una más rápida salida laboral que, por lo general, se centran en los cuidados, la atención sociosanitaria o los servicios a supermercados. Una rama que empiezan a ver como posible ámbito de inserción son los servicios a residencias (auxiliares de geriatría) y los servicios de ayuda a domicilio para personas mayores. Todos estos ámbitos requieren formación y preparación previa, lo cual ven como un elemento de empoderamiento y autovaloración.
Teniendo en cuenta esta valoración muy positiva que hacen las mujeres migrantes sin estudios o con estudios primarios sin concluir de los servicios de empleo personalizados, es importante apuntar también algunas propuestas de mejoras que ellas mismas hacen. En primer lugar, comentan que si bien la formación da lugar a su profesionalización, los ámbitos laborales que dicha formación posibilita, no dejan de estar asociados, generalmente, a los cuidados y la atención, por lo que continúan viéndose a sí mismas como "mujeres cuidadoras". Sin lugar a dudas, no es lo mismo trabajar en el servicio doméstico, que dar un paso hacia la profesionalización en la atención sociosanitaria, pero en muchos casos, terminan cuidando personas mayores en hogares particulares, asumiendo nuevamente tareas de limpieza, comida, lavado, etc.
Un espacio que perciben como más contractualizado es el de las residencias de personas mayores, en calidad de empleadas por cuenta ajena, lo que les asegura derechos laborales. El trabajo fuera de un hogar particular, además, les brinda la posibilidad de conocer gente, integrar equipos, compartir malestares y gratificaciones, o simplemente hablar y desahogarse con personas que están en su misma situación. Sin embargo, algunas mujeres que ya han pasado por esta experiencia (gracias al trabajo de intermediación laboral), comentan que a veces tienen conflictos laborales relacionados con:
Estas percepciones a veces son explicadas por las mujeres desde el punto de vista de la discriminación por razón de extranjería, pero en realidad, y por lo que comentan, parece tratarse de cuestiones que tienen que ver con una mala gestión de los equipos de trabajo en empleos donde éstos son parte fundamental (por ejemplo, en los equipos por turnos en las residencias). Además de esta cuestión, es probable que también existan algunas complicaciones que tienen que ver con el hecho de que muchas de estas mujeres inmigrantes se han empleado en España generalmente en el servicio doméstico particular, lo que requiere características que a veces chocan con los trabajos en equipo: individualidad, asunción de la responsabilidad de toda la casa y las tareas, soledad y silencio al trabajar, iniciativa propia, etc. El trabajo en equipo, por el contrario, requiere coordinación, serialización de las tareas, compartir y repartir trabajo y formas de realizarlo, compenetración, compañerismo y, en algunos casos, apoyo y solidaridad. Una formación prelaboral en este tipo de trabajos sería primordial para resolver los posibles conflictos que puedan surgir en los equipos, sin que se llegue a efectos no deseados: abandono del trabajo, despidos, sentimiento de rechazo o discriminación. También sería imprescindible hacer un seguimiento del empleo una vez que la persona se ha insertado, con el fin de reforzar las acciones de mantenimiento en el mismo. No hay que descartar la realización de acciones relacionadas con la gestión de la diversidad, algo que deberían asumir los servicios integrados de empleo.
Finalmente, las mujeres han sugerido que, aunque no sea posible la inserción en empresas para trabajar por cuenta ajena, se mejore el apoyo hacia una mayor defensa de los derechos laborales en los trabajos del cuidado y de servicio doméstico particular, ya que muchas no ven factible salir de los mismos en un corto plazo. Asesoramiento legal y apoyo a la sindicación son dos elementos más a mejorar en los servicios de empleo. Y, por último, el apoyo para finalizar los estudios que abandonaron en su tiempo, por ejemplo, a través de un bachillerato nocturno (a partir de las 20hs), que parece tratarse de un recurso escaso en muchas ciudades.
Como resumen, podemos decir que las mujeres entre 25 y 45 años, sin estudios o estudios primarios sin finalizar, se insertan en trabajos de escasa cualificación y extremadamente precarios. Se trata fundamentalmente de mujeres extranjeras. Sus estrategias y habilidades sociales apuntan a mejorar sus condiciones laborales en este tipo de trabajos, sobre todos lo que tienen base en el hogar (servicio doméstico y de cuidados), invirtiendo tiempo en “enseñar” a sus empleadoras a cuidar la casa, a suavizar el trato expeditivo y a abonar las cuotas de la Seguridad Social. Las que han conseguido reagrupar a sus hijos e hijas, encuentran muchas dificultades económicas y también en relación a la compatibilidad entre la vida laboral y familiar, debiendo disminuir los horarios en el trabajo y aceptando cobrar menos, todo lo cual las sumerge en una paradoja que requiere complicados arreglos y sacrificios personales. Viven para limpiar casas y cuidar de los suyos. No se ha tratado de mujeres que han acudido con frecuencia a los servicios de empleo porque, por lo general, han conseguido empleo, apoyos e información a través de sus propias redes de contactos. Actualmente, frecuentan más este tipo de servicios porque consideran que hay "más competencia" y menores posibilidades de conseguir trabajo “por horas” en distintas casas, que es lo más buscado por las mujeres con cargas familiares.
La problemática con la que se encuentran las mujeres migrantes de 25 a 45 años que han finalizado los estudios secundarios obligatorios en sus países de origen, es que éstos no les sirven en España a menos que los hayan homologado, lo que no hace la mayoría debido fundamentalmente a dos razones: la enorme burocracia existente para realizar los trámites en los dos países, y a que no tienen muy claro que la homologación les pueda servir de algo ya que se ven muy encasilladas en el trabajo doméstico y de cuidado. Aquellas que han buscado insistentemente otro tipo de trabajos, son las que han percibido que el título secundario es una exigencia en muchos puestos: empleada de supermercados, cajeras, recepcionistas, telefonistas… Y son también las que con mayor frecuencia han acudido a los servicios de empleo.
Estas mujeres desean abandonar el servicio doméstico con más intensidad que las de los grupos sin estudios. Cuando acuden a los servicios de empleo lo hacen, generalmente, con el objetivo de cambiar de trabajo y no de encontrar otro similar. Suelen preferir empleos "de cara al público", y viven peor la soledad de los trabajos con base en el hogar, no porque no los consideren dignos, sino porque, según ellas “las aleja del mundo”. El problema es que una vez que dejan el servicio doméstico tienen enormes dificultades para volver a éste en caso de despido, porque dicha movilidad les resulta frustrante.
Un elemento que puede explicar esta necesidad de dejar el empleo en casas, es que la mayoría no ha trabajado como asistenta o empleada de hogar en sus países de origen. Por lo general, sus experiencias laborales han sido mucho más variadas, habiéndose desempeñado en trabajos de secretaría, administrativos, comercio, banca, personal auxiliar en escuelas, costureras, dependientas, etc. En este sentido, se observa una dificultad para la exportabilidad de dicha experiencia en España, ya que sienten que la están desaprovechando en los servicios domésticos.
Por otra parte, cuando estas mujeres han accedido a empleos en calidad de asalariadas en España encuentran nuevas dificultades que tienen que ver, primero, con el hecho de haber estado mucho tiempo trabajando en el servicio doméstico en este país; segundo con problemas de adaptabilidad al trabajo de cara al público o que requieren trabajo en equipo (puestos en hoteles, supermercados o restaurantes). Estos problemas de adaptabilidad se relacionan con tres elementos apuntados por ellas mismas:
Los primeros, son los compartidos por todas las mujeres, pero la diferencia radica en que al menos, en algunas modalidades, el servicio doméstico ofrece cierta flexibilidad horaria que el mundo del trabajo asalariado no tiene, mucho menos si está inserto en el sector servicios, que suele ser intensivo en tiempo (a diferencia del servicio doméstico que es intensivo en tareas). Las mujeres que han podido dejar el trabajo doméstico para insertarse en el sector servicios asalariado, han tenido y tienen enormes dificultades para conciliar este último con su vida familiar. La situación menos problemática la plantean las mujeres solas o sin hijos. Pero aquellas que los tienen y los han reagrupado, permanecen más tiempo fuera de casa y tienen más problemas en el trabajo debido a las citas con el médico, o los horarios de las guarderías y la escuela. Todo ello se complica en ciudades más grandes, donde intervienen además elementos como la lejanía de los centros de trabajo y el tiempo perdido en transporte. A lo que debemos añadir que son ellas quienes asumen estas tareas en su unidad familiar. El arreglo que algunas hacen es pagar la guardería o a otras mujeres para, al menos, llevar y traer los y las niñas a la escuela. Arreglos que cuestan dinero y mayor esfuerzo por mantener el trabajo.
La situación más acuciante es vivida, al igual que veíamos en los grupos anteriores, por las mujeres que tienen hijos o hijas con enfermedades o discapacidades. Algunas de las cuales, sobre todo las que asumen esta dependencia solas, han relatado haber sido despedidas del trabajo por llegar tarde, pedir días o estar más distraídas.
Los conflictos relacionados con la adaptación al medio laboral son explicados por medio de las diferencias culturales en el desenvolvimiento o el “saber-hacer” laboral. No entienden el trato autoritario de algunas encargadas o jefas de sección, así como la falta de coordinación y el mal reparto de las tareas entre compañeras/as. Algunas tampoco entienden el trato frío hacia los clientes. Ellas relacionan estas situaciones con el rechazo del que son objeto por ser extranjeras, ya que, según manifiestan, se les exige más a ellas que a otras empleadas. Sin embargo, las mujeres españolas participantes en los talleres puntualizaron que dichas situaciones no se dan porque sean extranjeras, sino por son "nuevas": la mayor exigencia o mayor carga de trabajo se suele delegar por lo que llaman “pagar la novatada”. Para las mujeres españolas, es normal este período de adaptación en los equipos de trabajo hasta que la persona recién llegada empieza a defenderse, a encontrar su lugar y a negociar un mejor reparto de las tareas. Lo que sucede es que muchas veces, estas mujeres ingresan en los equipos como suplentes o con contratos temporales de tres meses, lo que no les da tiempo a integrarse en la dinámica del equipo o demostrar su valía o empoderamiento, sino a base de hacer todo lo que les pidan y más.
Y este es el tercer problema añadido: su deficitaria ligazón con el puesto que puede arrojarlas nuevamente al desempleo, a diferencia de sus compañeros/as que tienen contratos más estables. Existe una expansión de los sistemas de subcontratación que termina configurando equipos inestables en los que difícilmente se puede llegar a congeniar. La enorme fluctuación de trabajadores/as resta calidad al servicio y destruye la colectivización del saber-hacer, de las solidaridades y de las reivindicaciones. Además, en algunas residencias de personas mayores, se puede observar la presencia simultánea de trabajadoras/es con muy diferentes tipos de relación contractual: contratadas fijas, contratadas temporales, contrato de prácticas, subcontratadas a través de los Servicios Públicos de Empleo (SPEE-INEM) o de una ETT; lo cual supone, también, diferente disfrute de los derechos laborales y del salario. Este mecanismo fomenta la competencia y dificulta el trabajo en equipo. A todo ello se une el hecho de que las mujeres migrantes van accediendo a este tipo de empleos de forma paulatina, y empiezan a compartir espacios con las autóctonas del mismo nivel de formación pudiendo ser vistas como una amenaza. No es extraño que surjan conflictos en este sentido. Pero la raíz de estos conflictos no es la competencia entre trabajadoras, sino el sistema de contrataciones y subcontrataciones, así como, en muchos casos, una mala gestión de los equipos de trabajo.
No hay que descartar tampoco la necesidad de implantar acciones de gestión de la diversidad cultural en las empresas, ya que existen visiones diferentes de cómo entender las responsabilidades y las complementariedades. También existen diferentes pareceres en torno a qué es cuidar o atender a una persona, que tienen que ver con los procesos de socialización familiares y locales, atravesados por el género, la clase social, la religión, etc. Para las mujeres extranjeras, sobre todo las latinoamericanas, atender a una persona mayor es también cuidarla, dedicarle tiempo, responder a sus demandas, escucharles o brindarles un trato cariñoso. Para las empresas contratantes, esta actitud puede ser vista como ineficaz y poco profesional, ya que la eficacia se mide por la relación tiempo/cantidad (número de personas atendidas al día); dándose menor importancia al trato atento y personalizado.
Una cuestión interesante que apuntan estas mujeres, y que está relacionada con la anterior, tiene que ver con el abismo que separa la formación en atención sociosanitaria o geriátrica y la práctica del trabajo en residencias de personas mayores. Si bien la formación es vista por estas mujeres como imprescindible y de calidad en España, a la hora de ejercer se encuentran con los estándares de calidad de los servicios medida por la eficacia y la eficiencia: menos empleadas para más personas atendidas y menos tiempo de dedicación a cada cual. Los protocolos se imponen a sus ideas de qué es cuidar y a su formación. La diferencia cultural y educativa en torno al cuidado es un elemento que debe tenerse en cuenta y que puede originar dificultades de adaptabilidad al empleo en España.
Respecto a las posibilidades de inserción laboral en general, al igual que las de los grupos anteriores, aseguran que actualmente está más difícil. Incluso las que tenían cierta estabilidad laboral empiezan a verla tambalear por el aumento de los precios de la vivienda y de la alimentación. Algunas empleadoras continúan manteniendo los sueldos desde hace años, recortan los pagos de la Seguridad Social, o convierten a sus empleadas a tiempo completo en empleadas por horas. En las empresas de servicios de limpieza se rebajan condiciones laborales, se mantienen los contratos temporales sin mejorar la contratación o han reducido plantillas.
Muchas empleadas que se han ido de vacaciones a sus países de origen, a su regreso se han encontrado sin trabajo. Algunas comentan que volver al país de origen es un proceso que entraña, además de felicidad, posibles nuevas pérdidas (de trabajos, de contactos, de libertad…). A veces se encuentran con la necesidad de permanecer más tiempo del que hubieran querido, debido a la enfermedad de algún miembro de la familia, a problemas con los y las hijas no reagrupadas, a problemas con la casa que dejaron en construcción o a duelos que deben hacer con personas que fallecieron y de quienes no pudieron despedirse. Una estancia mayor en el país de origen puede conllevar tener que buscar empleo en España como si empezaran de nuevo.
En algunos casos, quienes han perdido el trabajo y no pueden encontrar otro, también observan cómo peligran otros logros conseguidos con el esfuerzo de años: una casa que pagan mediante crédito hipotecario, la unidad familiar, la calidad de vida. En condiciones de inseguridad monetaria, pueden darse lugar divorcios, mayores cargas familiares y pérdida de la vivienda en períodos muy cortos de tiempo. Esto se vive como una caída precipitada de las condiciones de vida, viéndose obligadas a “empezar de nuevo” y además, en el servicio doméstico. Los efectos a nivel psicológico son muy diversos: malestar generalizado, cansancio, estrés, ansiedad, sensación de vértigo y de miedo continuos, sensación de pérdida del control sobre la propia vida, soledad y depresión. Algunas mujeres relatan padecer úlceras, alergias nerviosas, problemas gastrointestinales, taquicardias, aumento y pérdidas de peso con facilidad, falta de apetito, insomnio, dolores indeterminados… Perciben un círculo vicioso entre el malestar físico y psíquico y la inestabilidad laboral, repercutiéndose mutuamente.
Las mujeres que han vivido estas situaciones también perciben que sus redes se han saturado o dejan de serles útiles ya que la ayuda que necesitan es mayor. De esta forma, empiezan a acudir a una larga lista de recursos de todo tipo: humanitarios, de empleo, de caridad, Servicios Sociales, etc. Este peregrinaje incrementa, según ellas, su sensación de desamparo, ya que la ayuda que reciben es dispersa, impersonal y no termina con sus problemas más graves. Incluso, algunas sienten rebajada su dignidad. Otras se han sentido rechazadas por los recursos de empleo porque, aseguran, dan prioridad a los casos más acuciantes desde el punto de vista humanitario, tales como las recién llegadas. La migrante que lleva poco tiempo en España es vista como una amenaza no sólo para una parte de la población autóctona, sino también para las propias extranjeras que llevan más tiempo, constituyéndose en el principal chivo expiatorio del entramado estructural que está en la base de la precariedad del sector de los servicios del cuidado y la atención.
Para las mujeres que han podido dar el paso de conseguir un empleo por cuenta ajena, las negociaciones individualizadas de sus condiciones laborales deben seguir siendo parte integrante de su “saber-hacer” en el desempeño diario, precisamente por la necesidad de mantenerse en el puesto pese a la precariedad inicial de sus contratos. Sin embargo, esto no les es suficiente, sobre todo si empiezan a tener serios problemas que podrían llevarlas al despido (desavenencias con las encargadas, rechazo hacia sus bajas por conciliación, distinta forma de entender la atención y el cuidado, acusaciones de dejadez, etc.). No todas entienden los procesos de despido, así como tampoco algunos términos de los contratos que han firmado. Sólo unas pocas se han sindicado y ante una situación así, acuden a los mismos en busca de ayuda. El apoyo sindical es visto fundamental por estas últimas, pese a que un posible juicio conlleva un pago al margen de las cuotas sindicales. Pero lo que más echan en falta es apoyo emocional, y mayor paciencia por parte de los profesionales a la hora de explicarles el procedimiento, los derechos a los que pueden acogerse y los posibles fracasos. También echan en falta asesoramiento para afrontar un posible careo con sus encargados o empleadores. Un aspecto que ha soliviantado la angustia que suscitan los procesos por despido, ha sido el apoyo de compañeras que comprenden y colaboran en el mismo, algo que no puede ser posible si el despido ocurre en los primeros meses de trabajo.
Otro elemento destacado por estas mujeres ha sido el componente de transnacionalidad que tienen sus trayectorias vitales. Al igual que hemos visto en el caso de las jóvenes entre 16 y 25 años, la transnacionalidad caracteriza muchas vidas, pero para las mujeres entre 25 y 45 años presenta elementos diferenciales. Por una parte, no está tan referida a la posibilidad de estar “aquí” y estar “allí” físicamente porque el trabajo no permite tanta movilidad física. El estar “aquí y allí” se refiere más bien a la disposición psicológica y emocional y al papel fundamental que juega la necesidad de los cuidados en estas mujeres que ya tienen cargas familiares. Siempre se está pendiente de los y las hijas que han quedado en el país de origen, o bien de los padres y madres que necesitan de ellas económica y afectivamente. Por otro lado, la presencia física “allí” muchas veces viene determinada por la exigencia que tienen o se autoimponen de ir a cuidar a algún familiar enfermo, hacer un duelo por un fallecimiento, o arreglar cuestiones prácticas relativas a la salud o la vivienda de los progenitores.
Como hemos visto anteriormente, estos viajes pueden causar la pérdida del trabajo en España. Además, cuando se está “allí” se piensa en cómo mantener el alquiler, el trabajo o la unidad familiar “aquí”. Los cuidados son algo de lo que no pueden desprenderse y tiene que ver con los procesos de subjetivación en relación al género femenino. Subjetivación que se ve reflejada también en las ideaciones que tienen sobre “qué es cuidar de una persona” incluso en el ámbito laboral. Cuidar para ellas es posible de forma transfronteriza, pero implica reestructuraciones de orden emocional, laboral, familiar… así como estrés, pérdidas y dificultades para ganar terreno en el mercado laboral formal y estable. Sin embargo, la opción para ellas no es dejar de cuidar, sino organizarse y compatibilizar, aunque se tenga que “empezar de nuevo” en el ámbito laboral.
Respecto a los servicios de empleo, estas mujeres los han visitado más que las de los grupos anteriores, ya que su interés estriba en la mejora del trabajo, algo que no es fácil conseguir mediante la ayuda de la red migratoria. En todo caso, se consigue mediante redes de contactos autóctonas. Al tratarse de mujeres que han conseguido algunos trabajos en el sector servicio como asalariadas (y de haber llegado a cierta estabilidad residencial o familiar), en muchas instituciones han sido escasamente apoyadas por estar consideradas, según sus propias palabras, como “prioridad menor”. La consideración de prioridad menor también parece abarcar a quienes han accedido a la nacionalidad española, siendo incluso rechazas por algunos programas de inserción laboral, pese a que la condición de ciudadana no basta para la mejora del empleo.
Por otra parte, parece tratarse de mujeres que vivencian peor los rechazos tanto en el mercado laboral como en los servicios o recursos sociales. Incluso se sienten más coartadas a la hora de solicitar ayuda. Por este motivo, consideran que con ellas son más operativos los programas individualizados que además brindan apoyo emocional (autoestima, escucha, empatía, respeto, anonimato y privacidad). Valoran de Cruz Roja este trato. También valoran la formación que se brinda, porque es recibida como una mejora curricular y una mayor profesionalización, incluso de trabajos del cuidado (geriátricos, sociosanitarios). Pero lo que más valoran es la posibilidad de hacer prácticas en las empresas, lo que les da más seguridad y supone un paso para conocer el terreno en el que se moverán. Aquellas que han pasado por itinerarios personalizados de inserción comentan que han visto posible su transición del servicio doméstico a otros empleos en carácter de asalariadas.
No obstante, hacen algunas propuestas de mejora de los servicios de empleo. En primer lugar, un mayor apoyo al proceso de incorporación al trabajo y de manteniendo del mismo, sin que tengan que acudir físicamente al recurso, por ejemplo, mediante seguimiento telefónico, pero teniendo en cuenta la intensidad de sus horarios laborales en estos trabajos. En segundo lugar, un mayor apoyo a la incorporación a equipos donde hay diversidad cultural, tanto para comprender dinámicas de trabajo autóctonas, como para reforzar habilidades para transmitir las propias sin generar conflictos. En tercer lugar, mayor apoyo en los conflictos laborales con consecuencia de despidos: asesoramiento jurídico, acompañamiento, apoyo psicológico…, acciones que podrían acompañar o reforzar las sindicales. Relacionado con lo anterior, también demandan formación sobre el sistema laboral, fiscal y de la Seguridad Social en España, ya que algunos conflictos laborales podrían evitarse estando informadas de antemano, por ejemplo, a la hora de firmar un contrato.
Algunas problemáticas que tienen no consideran que puedan ser resueltas con el apoyo de los servicios de empleo, salvo por acciones muy puntuales. Dichas problemáticas tienen que ver con la conciliación de la vida laboral y familiar, una vez que ya se han incorporado al trabajo asalariado, y los cuidados transnacionales que a veces les exigen viajar al país de origen. Una vez incorporadas al trabajo asalariado son mujeres que tienen dificultades muy similares a las de las españolas respecto a la conciliación, por lo que convendría llevar a cabo acciones que permitan un mayor encuentro entre ambos grupos.
Para resumir, podemos decir que las mujeres entre 25 y 45 años con estudios secundarios se insertan igual que las que no los tienen en el servicio doméstico y de los cuidados, al menos durante un primer momento. A diferencia de éstas, sin embargo, se movilizan continuamente en busca de otro tipo de empleos más relacionados con la atención al público y por cuenta ajena. Muchas lo consiguen pese a que tienen la dificultad añadida de homologar sus titulaciones, pero al no tener éstas otras muchas fluctúan entre los servicios domésticos y el empleo asalariado. El retorno al servicio doméstico se vive como movilidad laboral descendente. Este proceso ocasiona que no se vean tan implicadas en mejorar sus condiciones laborales en este tipo de trabajos, pero también propicia que estén más motivadas a la formación ocupacional. En los trabajos de atención al público, sin embargo, encuentran otro tipo de problemas: los que se refieren a la conciliación de su vida laboral y familiar y los que se refieren a las formas de adaptación a los trabajos en equipo. Esto último tiene que ver con diversos factores, entre los que destacamos: los culturales (distintas formas de entender la atención y el cuidado) y los estructurales (sistemas de contratación flexibles e individualizados que rompen la solidaridad de los y las trabajadoras). En relación a los empleos a los que acceden en calidad de asalariadas, las mujeres extranjeras con estudios secundarios completados se encuentran compitiendo con las españolas de igual nivel de formación. La diferencia estriba en el tipo de contratación efectuada, estando las segundas más aseguradas en sus puestos de trabajo.
Los grupos de mujeres universitarias entre 25 y 45 años han presentado elementos muy diferentes respecto a los anteriores, así como propuestas de mejora de los servicios de empleo más acorde con su situación particular. En su casi totalidad, se ha tratado de mujeres extranjeras que tenían una titulación universitaria, ya sea licenciatura o diplomatura. En menor medida ha participado alguna mujer con bachillerato superior. Pero ninguna tenía homologadas sus titulaciones, debido a las enormes dificultades que existen respecto a este trámite. Además, se trata de mujeres que, como el resto, han trabajado o trabajan en el servicio doméstico o de los cuidados en España. Las mujeres españolas universitarias no suelen ser demandantes de servicios de empleo gestionados por ONGs.
Las mujeres extranjeras consiguen empleo en el servicio doméstico y de los cuidados con cierta facilidad a través de sus redes migratorias, pero respecto a otros empleos, más relacionados con la atención al público en calidad de asalariada, experimentan las mismas dificultades que las de los grupos anteriores: la incapacidad para demostrar al menos la homologación de la secundaria. En cuanto a conseguir empleos relacionados con sus titulaciones universitarias, lo ven extremadamente difícil, ya no sólo por la falta de homologación, sino porque sus redes de contactos no se mueven en estos ámbitos o porque hace falta “empezar de abajo” para ganar terreno en un espacio laboral más restringido a las migrantes (al igual que sucede con muchos y muchas jóvenes españolas). En este contexto, las migrantes universitarias de 25 a 45 años compiten con mujeres españolas más jóvenes.
Por este motivo, las mujeres extranjeras universitarias valoran mejor los programas de “mejora del empleo”, que también las apoyan en sus procesos de homologación. No obstante, prácticamente desde que llegan empiezan a frecuentar todo tipo de recursos de empleo y suelen acudir a ellos durante períodos más largos que las demás. Esto puede ser debido a la mayor insatisfacción que presentan en los trabajos que realizan en España, sus mayores cotas de frustración y el mayor sentimiento de alienación laboral. El apoyo que demandan de los servicios de empleo no es solamente laboral, sino también psicológico.
Finalmente, otro problema con el que dicen encontrarse es el de la edad, ya que al tener carreras universitarias no es fácil insertarse en empleos relacionados con éstas entre los 30 y los 40 años. A diferencia de los grupos de mujeres con estudios secundarios de la misma edad, las universitarias son más pesimistas en cuanto a desarrollarse profesionalmente según su vocación. A esto se une que muchas han comenzado a ejercer sus carreras en sus países de origen, llegando a vivir con enorme preocupación su permanencia constante en el servicio doméstico en España. Aseguran que el servicio doméstico les ayuda a paliar situaciones acuciantes, por lo que lo valoran como medio de aporte económico, pero se plantean muchas dudas respecto a su valor social, así como respecto a las posibilidades que tiene para que se sientan “realizadas”. La imagen de sí mismas en relación a la profesión que habían elegido, son cuestiones que preocupan a estas mujeres que ven socavado su rol social en España.
Muchas de estas mujeres, cuando inician el proceso migratorio, se plantean que trabajarán en España “de cualquier cosa”. Llegan al país con niveles altos de tolerancia respecto a lo que puedan encontrarse. Su inserción en trabajos del cuidado o domésticos es hasta cierto punto aceptada, pero imponiéndose como meta que pronto los abandonarán por otros más acordes con su formación. En todo momento, no dejan de hacer una búsqueda activa de otro tipo de empleos. Con el paso del tiempo, comienzan a ver muy difícil esta transición y se plantean que deberían homologar sus titulaciones. En muchos casos, esta idea es abandonada por la burocracia y las complicaciones que entraña. Algunas permanecen años trabajando como asistentas o cuidadoras. O bien, compatibilizan o alternan este trabajo con otros como teleoperadoras, cajeras, dependientas, recepcionistas, camareras, etc. La fluctuación entre distintos ámbitos laborales que experimentan las mujeres extranjeras universitarias es mayor que la del resto.
Respecto al servicio doméstico, prefieren los trabajos de cuidado que la limpieza, porque consideran que esta última tiene un componente servil que sigue subsistiendo en países considerados más avanzados. En muchos casos, ellas mismas han contratado a otras mujeres para que limpien en sus casas en sus países de origen. Dentro de los trabajos del cuidado prefieren el de cuidados de personas mayores por encima del de niños y niñas. Encuentran en el cuidado de personas mayores un elemento que da gratificación aunque acotada: ven en este trabajo la realización de una “profesión” al mismo tiempo que un acto de solidaridad, dotándolas de satisfacción no sólo económica, sino también subjetiva. Al mismo tiempo, se trata de mujeres que tienen más clara la delimitación entre lo que es trabajo (las tareas) y lo que es afecto (la implicación emocional en el mismo). Procuran no mezclar las emociones, y el trabajo con personas mayores ayuda más en este proceso que cuando se trata de niños y niñas, con los que tal vez podrían sentirse más identificadas por su propia historia personal (tener hijos/as en el país de origen).
Pese a ello, la prolongación del tiempo dedicado al cuidado de personas mayores las lleva a la frustración, no sólo por no poder ejercer sus carreras, sino también por la enorme soledad que experimentan en un contexto hogareño, intemporal y alejado del mundo urbano que generalmente han elegido para vivir. La brecha generacional y la intensidad de la jornada acompañando a una persona que vive en otro tiempo, las impacienta. Finalmente, la escasez de intercambios con otras personas de su edad y de similar nivel educativo también es causa de frustración y soledad. Valoran más los trabajos donde pueden compartir experiencias y conocimientos con compañeros/as. De hecho, aseguran adaptarse mejor a los empleos que requieren coordinación, corresponsabilidad y trabajo en equipo, así como a aquellos que suponen capitalizar conocimientos y habilidades sociales en el trato con las personas.
Respecto a las condiciones laborales en los servicios del cuidado, plantean que no son tanto ellas quienes deben negociarlas a nivel individual, sino reforzar mecanismos colectivos de reivindicación, o bien, que sean las ONGs las que se comprometan en la acción de defender los derechos de las trabajadoras migrantes. Según ellas, han aprendido a negociar dichas condiciones con el tiempo, pero ven en vano estos logros porque la llegada de más mujeres inmigrantes al mercado laboral del servicio doméstico mantiene a la baja los salarios y refuerza a las empleadoras a no facilitar las vacaciones, las pagas extras o las bajas por enfermedad. En este sentido, se trata de mujeres que invierten menos tiempo en defender sus derechos ante sus empleadoras, ya que lo que realmente desean es dejar el servicio doméstico. No obstante, en cuanto a organizar acciones colectivas para luchar por los derechos laborales de las mujeres en este ámbito laboral, se ven a sí mismas como excelentes catalizadoras. Es importante apuntar el elemento clasista que hay entre estas mujeres y el resto, en relación a la capacidad que dicen tener para organizarse relacionado, según sus propias palabras, con su mejor cualificación profesional.
De todos los grupos que han participado, estas mujeres son las que más han hablado de la discriminación en el medio laboral, de la que se sienten objeto. En iguales condiciones de preparación, experiencia y formación que una persona española, aseguran que son rechazadas por ser extranjeras. La discriminación que perciben no se extiende, no obstante, a la vida cotidiana, donde consideran que están más integradas y que comparten espacios con las personas autóctonas. Esto las diferencia de otras mujeres inmigrantes donde la creación de redes con autóctonos/as no ha aparecido, así como tampoco la necesidad de experimentar el ocio y el tiempo libre en España.
Ahondando en lo que significa para ellas “discriminación” nos cuentan que es la desconfianza de sus empleadores o compañeros/as de trabajo hacia sus habilidades, conocimientos o el propio desempeño en la tarea. Es decir, sienten que hay estereotipos sobre las “inmigrantes” que les preceden y van más allá de lo que ellas hagan o dejen de hacer en el trabajo. Son vistas como mujeres “pobres”, “sin habilidades” y “analfabetas”, algo que viven bastante mal porque la mayoría pertenece a estratos sociales medios y altos en sus países. Esta percepción es sentida tanto en el contexto de los trabajos del servicio doméstico y de cuidados, donde el encasillamiento de ser consideradas “mujeres pobres y sin formación” es mucho mayor; como en los trabajos de atención al público, donde aunque les reconozcan que son profesionales, no les suponen destrezas y habilidades acordes con la tarea a desempeñar. Es preciso aclarar también que muchas no han trabajado tampoco como camareras o cajeras en sus países de origen.
Sin embargo, ellas sí consideran que tienen elementos que pueden compartir e integrar en el desempeño de sus trabajos en España, por ejemplo, nuevas formas de cocinar, formas de cuidar más implicadas con la persona, formas de trato al público que demuestran mayor disposición, etc., que podrían ser reconocidas por sus empleadores pero que terminan siendo vistas como propias de “culturas diferentes”.
Nuevamente aquí, vuelven sobre una posición pesimista al afirmar que “cuesta mucho romper los estereotipos sobre la inmigración” y que esta tarea no es algo que pueda hacerse de forma individual, sino que compete a las ONGs.
En cuanto a las diferencias en las posibilidades de inserción laboral entre hombres y mujeres, piensan que son éstas las que tienen más fácil el acceso al trabajo, pero sólo en el servicio doméstico que, hasta hace poco tiempo, era muy demandado. Los hombres no tienen tan inmediata inserción, pero cuando lo hacen ganan más y tienen un abanico más amplio de ámbitos donde trabajar. No obstante, en el ámbito de las profesiones universitarias, tanto hombres como mujeres extranjeras “lo tienen muy difícil”.
Respecto a las posibilidades de exportabilidad de la experiencia laboral de sus países de origen, consideran que ellas prácticamente no pueden capitalizarla, al no encontrar trabajos relacionados con los que pudieron desarrollar allí, por ejemplo, como administrativas, en el sector bancario, servicios de odontología y veterinaria, en el ámbito de la enseñanza, las finanzas, la arquitectura, la abogacía o el comercio autónomo. Pero consideran que sucede lo mismo con los hombres extranjeros, aunque, según ellas, vienen menos profesionales universitarios varones a España. La inserción en trabajos cualificados es factible, para estas mujeres, después de residir muchos años en España.
En cuanto al reparto de las tareas del hogar en los hogares reconfigurados por la migración, no observan demasiada diferencia. Se trata de mujeres que ya trabajaban de forma estable en sus países de origen, y sus parejas ayudaban en el hogar y con los y las hijas, algo que siguen haciendo en España. La diferencia que perciben es la que tiene que ver con un recorte de las redes de apoyo familiares y sociales que, en sus países, ayudaban también en la conciliación mediante el control social hacia los hijos/as. Según ellas, sus redes se ven muy recortadas en España y no es tan fácil contar con cualquier persona para alguna contingencia familiar. Esto las lleva a ampliar redes entre personas autóctonas, algo que las diferencia de otros grupos de mujeres migrantes.
En muchos casos, se trata de mujeres solteras que han venido a España en busca de oportunidades profesionales y a través de proyectos migratorios autónomos. La familia no ocupa un lugar central en sus objetivos, y están más abiertas a tener amistad con los y las españolas, lo cual también les permite acceder a trabajos más cualificados. Para estas últimas, las redes migratorias son más débiles y, en algunos casos, llegan a sentirse muy solas.
Estas mujeres suelen acudir a los servicios de empleo incluso durante los primeros años de llegada a España por su intención de cambiar de trabajo en cuanto puedan. También, por lo que parece, acuden a los mismos más tiempo que las demás, ya que van y vuelven de forma intermitente, dependiendo de las veces que han encontrado algún trabajo. Observan de dichos servicios que no les son muy útiles para desarrollar sus carreras. Sin embargo, valoran mucho la formación y la profesionalización que introducen respecto al ámbito de los cuidados y la atención al público (la especialización en geriatría, los cursos de monitoras, la especialización en la restauración o la cocina) que, según dicen, les ayuda a sentir que los trabajos que realizan pueden también hacerse de forma profesional, además de permitirles, en estos casos, demostrar su formación con titulaciones en España. La formación para ellas es fundamental y rebaja los niveles de ansiedad al encontrarse con trabajos en los que no tienen experiencia.
Muchas de estas mujeres, debido a esta formación y a una relativamente más fácil salida laboral con la misma, abandonan casi totalmente la idea de homologar el título conseguido en sus países, sobre todo, si dicho trámite les obliga a realizar varias materias en carreras como arquitectura, abogacía o psicología.
Ahora bien, respecto a la formación ofertada en España, y que suele gestionarse a través de ONGs, los Servicios Públicos de Empleo (SPEE-INEM) o los gobiernos locales, sugieren que está muy restringida a ámbitos muy feminizados o de escasa cualificación (hostelería, servicios personales, restauración, operadoras telefónicas, manipuladoras de alimento, cajeras…). La formación de mayor nivel de cualificación también es posible encontrarla, pero se exigen unos requisitos que a veces no pueden cumplir: una dedicación presencial que es incompatible con su trabajo (muy necesario para su subsistencia), o con la familia; una experiencia laboral previa que muchas veces no tienen (al menos en determinados ámbitos); estar en el paro (teniendo en cuenta que cuando pueden trabajan); tener permiso de residencia y de trabajo, entre otros. Ante una dedicación horaria de 800 horas, por ejemplo, la idea de hacer las materias requeridas por la homologación puede ser más factible. Por tanto, valoran más los cursos no presenciales que facilitan la conciliación, aunque tengan que estudiar más en sus casas. También valoran las prácticas porque les brindan la posibilidad de engrosar sus CV.
Una cuestión relacionada con el CV de estas mujeres, es la dispersión de los mismos producto de su heterogénea experiencia de trabajo, tanto en sus países como en España. La necesidad que tienen de encontrar aquel trabajo que al menos no las haga sentir frustradas, las sumerge en unas trayectorias laborales dispersas, sin poder profundizar demasiado en ellas. Lo mismo les puede suceder con la formación, ya que dispuestas a formarse, algunas han hecho todos los cursos que han podido. Dispersión en la experiencia y dispersión en su formación, es pues el resultado de su desesperada búsqueda de espacio en el mercado laboral español. Esto, por otra parte, les aporta mayor flexibilidad para adaptarse al actual mercado laboral tan cambiante. Pero, a la hora de presentarse ante una selección de personal, es imprescindible que estas mujeres delimiten sus CV a lo estrictamente exigido por el puesto. En algunos casos, ser universitaria puede ser contraproducente para conseguir un puesto en la restauración o en el comercio. Sin embargo, en otros, ser profesional de la psicología, la pedagogía, la docencia o la medicina, puede asegurarles puestos en los servicios de geriatría o de ayuda a domicilio, pero aquí nos encontramos con la subvaloración de su profesión y, en algún sentido, con la sobreexplotación de su capital simbólico.
Un apunte más que estas mujeres hacen respecto a la formación a la que acceden o pueden acceder en España, es que, cuando es impartida por ONGs que tienen bolsas de empleo, suele tratarse de una formación muy básica que muchas veces utiliza un lenguaje demasiado sencillo, útil para la formación de personas con niveles educativos básicos, pero no en su caso. Profundizando más en esta idea, explican que el profesorado intenta evitar el lenguaje técnico, pero ellas están acostumbradas precisamente a éste. Además, las dinámicas pedagógicas que se acostumbran a utilizar en estos cursos de formación, no contemplan el alto grado de abstracción y reflexión teórica que ellas podrían hacer. Consideran que la adaptación del lenguaje y la pedagogía empleada resta seriedad a la formación. Esto también las lleva a pensar que, cuando se diseña la formación (muy orientada a los ámbitos feminizados), se piensa en una “mujer inmigrante estándar” sin formación y proveniente de estratos sociales empobrecidos. En esta idea de mujer ellas no se ven reflejadas. Ya que se ven obligadas a pasar por esta formación para acceder al mercado laboral que ofrece el país, sugieren que la misma se adapte a los niveles de formación de las participantes.
Respecto a los servicios de empleo de Cruz Roja Española valoran mucho, al igual que todos los grupos anteriores, el trato y la capacidad de escucha y empatía de sus técnicas. Otros elementos que valoran son:
En cuanto a las sugerencias de mejora subrayan:
Como resumen, podemos decir que las mujeres universitarias entre 25 y 45 años deben pasar, casi en su mayoría, por los mismos itinerarios de inserción laboral en España que el resto de mujeres extranjeras. Es decir, realizando un primer paso en el servicio doméstico y de los cuidados. Con más insistencia e impaciencia que otras mujeres, las universitarias desean abandonar este tipo de trabajos en cuanto puedan. El segundo paso podría ser un empleo en calidad de asalariada, de atención al público, pero nuevamente de escasa cualificación (camareras, cajeras, teleoperadoras, dependientas, recepcionistas, telefonistas, etc.). Estos trabajos son más valorados porque les permiten salir de un ámbito doméstico y solitario (como es el hogar de las personas a quienes cuidan o donde limpian), pero tienen la característica de ser igualmente precarios y temporales. Por esta razón, muchas se ven obligadas a alternar servicio doméstico y trabajos de cara al público durante otro período de tiempo. La inserción en el ámbito profesional según las titulaciones que traen desde sus países de origen se ve muy difícil y la mayoría abandona los procesos de homologación. El acceso a programas de empleo que les permitan apoyo en las homologaciones, así como una mayor diversificación de la oferta laboral (no siempre restringida a trabajos feminizados) es muy valorado para estas mujeres, más acostumbradas a estudiar. La formación, aunque también sea en trabajos que no se habían planteado realizar (auxiliares de geriatría, monitoras de tiempo libre, manipuladoras de alimentos, cocineras profesionales, ayuda a domicilio, etc.) les parece muy básica, aunque comentan que permite una mayor profesionalización de los trabajos. No obstante, se sienten más identificadas con formación más afín a sus titulaciones (digitalización de datos, actualización en informática, auxiliares de enfermería, veterinaria o farmacia, administración de empresas). Para procurar insertarse en empleos más afines a su vocación, estas mujeres amplían sus redes de contactos hacia personas autóctonas que les permitan sentirse más integradas. Sin embargo, en el mercado laboral profesional se consideran discriminadas frente a una persona española.