Hace cuatro años que llegué a esta institución, animada por otra voluntaria, con la intención de aportar mi granito de arena y poder llenar tantos huecos vacíos como tienen nuestros mayores, con la sorpresa de que han sido ellos los que han llenado más huecos en mi.
Desde que comencé mi aventura como voluntaria, son cuatro las usuarias que tengo asignadas, a las que hago visitas periódicamente durante todo el año y en las que compartimos confidencias, prestamos apoyo emocional. Los usuarios nos hablan de sus familiares y seres queridos, recordamos el pasado...En fin, llevamos una labor de acompañamiento, necesaria para la soledad en la que algunos se ven inmersos.
Hace poco me pasó uno de tantos casos satisfactorios. Fui a visitar a Valentina, que se encontraba especialmente triste, echaba mucho de menos a sus hijos. Nos pusimos a hablar, me enseñó las fotos de sus nietos, de sus hijos y una de cuando ella era joven, en la que (de verdad lo digo), estaba espectacular, como a ella le dije, parecía una artista. Desde ese momento, a Valentina se le iluminaron los ojos y comprendí que había colaborado a que tuviera un día un poquito más feliz de cómo había comenzado.
Casos como éste, pensando egoístamente, a mi también me hacen sentir mucho más feliz.