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Aceite, garbanzos, espaguetis; aceite, garbanzos, espaguetis… hacer kits de alimentos durante horas nada tiene que ver con su profesión de abogado, pero Víctor* prefiere el trabajo físico cuando ejerce de voluntario de Cruz Roja. Mientras pierde la cuenta de las cajas que completa, se pregunta si es justo que aún haya personas que pasen hambre; incluso aquí, en su propia ciudad.
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“Cruz Roja lleva años enviando kits de ayuda humanitaria al extranjero” me comenta Víctor, mientras llena cajas junto a otros voluntarios en las naves donde Cruz Roja Catalunya almacena los artículos que distribuye entre los que más lo necesitan.
Lo dejo con su actividad y acompaño a Montse, una de los responsables de la organización, quien me enseña el almacén. “Cuando nos dimos cuenta de que muchas familias ‘normales’ empezaban a tener dificultades –me explica Montse- aplicamos la idea de los kits de emergencia internacional a la realidad más próxima”.
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Pasillos revestidos de arriba abajo de cajas blancas con cruces rojas. Son los kits ya preparados. Los hay genéricos, para alimentación familiar, y otros muy específicos, como el destinado a bebés de 0-6 meses, o el de personas mayores.
“Intentamos complementar los alimentos del Programa de Ayuda Alimentaria (millones de kilos financiados por la UE y el Estado español) con otros productos diferentes: alimentos frescos, pañales… Ahora La Caixa ha donado un camión refrigerado y ya podemos asegurar la cadena del frío”.
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Donaciones, muchas; “y eso que un número considerable de empresas colaboradoras cerraron por la crisis. Ahora se han unido otras; a veces no pueden dar dinero, pero sí género; donan el lote entero, o todo o nada, y luego tenemos que pensar cómo aprovecharlo”. La ropa elegante y nueva que a veces reciben ya tiene utilidad: se la prestan a las personas que van a una entrevista de trabajo.
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“Aquí es siempre igual. Tienes que amoldarte a lo que hay y echarle imaginación”. Con la alimentación, también. Como el acuerdo con la cadena BonArea: ellos ponen las tarjetas monedero y Cruz Roja las carga y las reparte entre los más vulnerables. “Es más discreto para los usuarios y así Cruz Roja puede hacer un seguimiento de lo que compran. Generalmente siempre hacen un buen uso y adquieren productos básicos”.
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Otra idea innovadora: “para los chicos y chicas del instituto, como ya no hay comedor y no sirven las becas, probamos con ‘túper’. No podemos garantizar que los alimentos se los coman ellos, pero no hemos encontrado otra solución mejor… de momento”, apostilla Montse con una sonrisa.
Me despido de ella, de Víctor y del resto de voluntarios con un sentimiento agridulce, consciente de lo difícil que está resultando para muchas familias la situación actual y, al mismo tiempo, esperanzada, al ver la implicación de ciudadanos y empresas y al comprobar que Cruz Roja es tan grande como flexible, capaz de adaptarse siempre a las necesidades de cada momento.
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