Más de 80 tribus asumen el reto diario de convivir en la región de Darfur. Diferentes costumbres, diferentes modelos económicos, diferentes religiones, diferentes etnias… Muchas diferencias y pocos recursos naturales. En ese desequilibrio descansa la clave de una historia conflictiva.

Ciertamente, los pueblos mayoritarios de Darfur –Fur, Masaalit y Zaghawa- son musulmanes, en oposición a otras culturas más “africanas” de la zona. Pero este antagonismo es más económico que cultural. Los árabes sudaneses suelen ser negros también, son etnias profusamente mezcladas con los llamados “africanos”, con los que comparten rituales y costumbres inexistentes en otros países árabes.

La diversidad étnica y religiosa es más simbólica que real y permite diferenciar dos modelos de vida antagónicos: pastores nómadas y campesinos sedentarios. Generalizando, los primeros son árabes: ganaderos de camellos en el norte y de vacas en el sur. Las tribus “africanas” son generalmente agrícolas.

Esta división simplificada ya la contradice la propia etnia que da nombre a la región, el pueblo fur, ya que son árabes negros y campesinos. Ocupan un macizo montañoso en el centro del país que se mantuvo como reino independiente hasta 1916, cuando se incorporó a Sudán.

Está claro que la verdadera raíz de los enfrentamientos es una lucha por los recursos.

En una zona no especialmente fértil, sobre todo cuando no llueve, unos van en busca de agua y pastos y los otros deben preservar sus campos y bienes. El choque de objetivos ha provocado disputas a lo largo de toda la historia del país. Y más últimamente, cuando el agua es un bien cada vez más escaso y caro y la explosión demográfica agudiza la falta de recursos.