

Hoy en día vivimos en la cultura de la inmediatez, es decir, queremos todo YA. La tecnología ha aportado a nuestra sociedad incontables ventajas, pero también hemos creado dependencia tecnológica. Más de una vez hemos escuchado aquello de “todo en exceso es malo” y es una frase que casi nunca está equivocada.
El móvil es lo primero y lo último que vemos al levantarnos y al irnos a la cama, estamos constantemente refrescando Instagram y miramos el móvil cuando esperamos a que el semáforo se ponga en verde, cuando nos aburrimos en clase, cuando tenemos tiempo libre…Incluso sentimos que no podemos salir sin él y casi nos da un vuelco al corazón cuando nos tocamos el bolsillo y creemos que lo hemos perdido…seguro que te ha pasado.

Hemos olvidado qué es aburrirse, cómo buscar formas en las nubes o ir por la calle mirando a los que caminan y se cruzan con nosotros. Puede que incluso nos hayamos olvidado de estar con nosotros mismos y escucharnos en el silencio.
¿Cuántas veces miras el móvil cuando has quedado con tus amigos para tomar algo? A veces incluso te pierdes parte de la conversación durante unos minutos por responder a un mensaje que no es urgente ni importante, meterte en Twitter, mirar quién ha dado “me gusta” a tu última publicación... Quizás lo hagas hasta inconscientemente.
¿No te ha pasado que alguien enseña un vídeo o una foto e inmediatamente todo el mundo empieza a hacer lo mismo? ¿Qué pasa con el que no está con el móvil? ¿Qué ocurre con el que quiere estar con los que le rodean a solas, sin tweets, TikToks, ni notificaciones en WhatsApp? Plantéatelo.
El “postureo” domina nuestra sociedad.
No todo lo que aparece en los medios digitales y en las redes sociales es verdad.
En este mundo cada vez más digital, lo que antes se hacía en la plaza del pueblo, ahora se hace en las stories de Instagram. Las redes sociales están a la orden del día y... ¡parece que sentimos la necesidad de publicar todo lo que estamos haciendo para que la gente lo vea!
Muchas veces pensamos que la vida de una persona es lo que publica en Instagram y no sabemos realmente cómo está esa persona por dentro o qué sucede en su vida. Puede ser que a veces se intente crear una falsa felicidad y por eso, nunca debemos comparar nuestra vida, nuestros cuerpos o nuestros sentimientos con lo que aparece en las redes sociales.
“De lo que te digan no te creas nada y de lo que veas créete la mitad”
Resultante de la fusión de palabras “información” e “intoxicación” se ha empezado a hablar en los últimos años del término “infoxicación”. Y te preguntarás: “¿qué es esta palabrota?”. Este término se refiere a la sobrecarga de información a la que tenemos acceso y que nos llega, sobre todo, a través de Internet. Leemos tanto y tantas cosas a través de las redes que acabamos estando mal informados o, directamente, desinformados.
¿Cuántas de las cosas que leemos son verdad? Ya lo hemos mencionado en el capítulo sobre el periodismo: las noticias vuelan y, cuando las publicas en redes sociales, mucho más. Sin embargo, no toda la información que ves en Internet es verdadera. No todo lo que dice Google es la verdad absoluta. Por ello, no compartas todo lo que leas en cualquier red social. Hay que comprobar siempre la fiabilidad de la fuente.
¡Por cierto! Seguro que te ha pasado que, tras visitar alguna página web empiezan a llegarte promociones, anuncios o encuestas. En el momento en el que das a “aceptar” con un solo clic, estás cediendo tus datos y autorizando a manejar tu información personal.
¡No tienes que tener miedo!, sino tener presente el poder de internet y las nuevas tecnologías para estar alerta y dar tus “clics” con la tranquilidad de no estar aceptando cualquier cosa.