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Cuaderno del socio
 
   
El cuaderno del socio

Hoy es noche de ronda, pero muy distinta a la de la canción. Acompaño al equipo voluntario de Cruz Roja en su recorrido por la ciudad, para entregar comida y una bebida caliente a las personas que como Lucretia* viven en la calle. Y descubro que esto no va únicamente de ofrecer un caldito.

El cuaderno del socio

Por cierto, el caldo es de pollo, para que todos lo puedan tomar, independientemente de su religión. Y junto con bocadillos, embutidos, bollos, café, mantas y muchas dosis de comprensión y cariño son la forma en que la Unidad de Emergencia Social (UES) de Cruz Roja crea un vínculo con las personas sin hogar.

El cuaderno del socio

Somos un puente –explica Eric, un joven voluntario lleno de entusiasmo–. Estas personas nunca se acercarían a los servicios sociales. Nosotros hablamos con ellas, vemos cómo están, valoramos cada situación y las ponemos en contacto con el servicio que necesitan”.

Las conocen a todas. Tres noches por semana hacen su recorrido habitual y una cuarta exploran otras zonas de la ciudad, por si descubren a alguien nuevo.

El cuaderno del socio
El cuaderno del socio

“A veces llevamos más pan y otras más bollos; depende de lo que nos den los comercios que colaboran –comenta Esric–. No estamos solos. Hay mucha gente con conciencia; incluso algunos bancos dejan la calefacción en invierno para quienes duermen en los cajeros”.

Sus palabras me tranquilizan un poco, porque sí que parece que estén solos. Recorren una ciudad casi desierta, deteniéndose junto a rincones en penumbra, donde, entre bolsas y bultos varios, se adivina una persona durmiendo.

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La última parada de la noche es en un descampado. “Ahora conocerás a Lucretia” –anuncia Eric. Efectivamente, de la oscuridad sale una mujer rumana, en la treintena, menuda y vivaracha, vestida con pijama, bata y gorro de lana.

El cuaderno del socio

Habla alto y bromea con los voluntarios y voluntarias de Cruz Roja, mientras recoge unos bocadillos. Tiene dos niños, de 7 y 5 años, que viven en la ciudad vecina. “Encontraré un trabajo y viviremos juntos –comenta sin perder la sonrisa, optimista por voluntad propia–. A mí me han pasado muchas cosas, pero procuro estar siempre alegre, porque esta vida es la única que tengo”. 

Acabada la ronda volvemos a casa, pensando en las palabras de Lucretia. Sin duda, los voluntarios y voluntarias de la UES aprovechan la única vida que tienen para que el mundo sea un poquito mejor.

*He cambiado los nombres que aparecen en el artículo para respetar la privacidad de las personas.

 
 
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