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“Empecé en Cruz Roja como voluntario para conocerla por dentro; saber cómo funcionaba y qué hacía. Hasta entonces, sólo me sonaba lo típico: las ambulancias y lo que vemos en la tele. Al entrar, descubrí que trabajaban en decenas de proyectos y que en todos hacían una labor realmente formidable.
Me convenció al cien por cien y me hice socio. Así aporto mi granito de arena para que el gran engranaje que es Cruz Roja siga funcionando; sé que sin eso no serían posibles actividades como el voluntariado. Tampoco el que hago yo, con los niños y niñas hospitalizados.
Mi participación en el proyecto de infancia hospitalizada es vocacional –estudio magisterio-, pero lo que más me marcó fue una experiencia de adolescente, cuando compartí la soledad y el dolor de una buena amiga hospitalizada por un cáncer, que no logró vencer. Fueron tantos los meses sin verla, sintiéndola lejos, que para mí, acompañar a los niños y niñas hospitalizados es como acercarme a ella. Me llegó muy hondo sentir tan íntimamente lo que significa para un niño “vivir” en un hospital a causa de una enfermedad, alejados de lo suyo, e intento ayudarles a pasar un buen rato, aunque sea breve, porque lo necesitan más que nadie. Después de hacer los cursos correspondientes de Cruz Roja, me lancé, y va para largo.
También me ocupo del seguimiento educativo en el programa de “Promoción de éxito escolar”, para niños y niñas de familias con pocos recursos, y he participado en la campaña de recogida de juguetes de estas navidades -¡hemos superado los objetivos marcados!-, pero sin duda lo que más me aporta son las tardes en el hospital. La sonrisa de esos niños y niñas vale más que todo el oro y el tiempo del mundo. Un día, una madre nos dijo a una compañera y a mí que su hijo no sonreía desde hacía un par de semanas y que nosotros lo habíamos conseguido. En ese momento me di cuenta realmente de la gran labor que habíamos llevado a cabo, y todo gracias a una varita mágica de juguete y un poco de imaginación.
La verdad es que es todo un reto, porque nunca sabes cuántos niños habrá, ni de qué edades, ni qué van a tener ganas de hacer. Pero ¡vale la pena! El pasado Halloween decidimos disfrazarnos y decorar la sala de juegos para llevar allí a los niños: calabazas, fantasmas, de todo... Ocurrió que uno de ellos no podía abandonar su cuarto porque estaba recibiendo quimioterapia; así que, ni cortos ni perezosos, desmontamos la decoración de la sala y la volvimos a montar en su habitación. La cara que puso fue nuestro premio.
Para mí, ser voluntario significa estar vivo. Cada vez que me coloco el chaleco o la camiseta me siento bien, orgulloso de mí mismo y a la vez de Cruz Roja. Como socio, como voluntario, como persona,… Cruz Roja va conmigo totalmente.
Para mí, Cruz Roja es sinónimo de crear felicidad. Y aunque mi aportación como socio es pequeña, sé que contribuyo a que eso siga siendo así. Estoy seguro de que cualquiera que lo pruebe, en el momento de entrar en Cruz Roja sentirá lo mismo.” |