Cuando una persona ha sido maltratada, violada, humillada, cuando ha visto matar ante sí a su hijo o su hermano, las palabras toman una carga dolorosa. Sólo mencionarlas parece que convoquen al mal. Así nos pasa también en el desarrollado “Occidente”, con palabras que tememos pronunciar, como cáncer. Los refugiados de los campos nos explican sus trágicas historias con detalle, pero evitando siempre una palabra. –“¿Han sido los janjawed (milicias árabes que operan en Darfur)?”-les preguntas. Se encojen de hombros y contestan –“eso dicen, que fueron los de la palabra “j”-. Con tanta experiencia dolorosa por metro cuadrado como hay en estos campos, debemos acostumbrarnos a convivir con sus silencios.
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