Entramos
en una cabaña del campo de Zam Zam para comprobar
que reciben la comida con la periodicidad y cantidad correcta.
Nos recibe una mujer mayor, con un rostro y una mirada más madura de la edad que en realidad tiene. Explica,
agradecida, que aquí todo va bien, mucho mejor que
en su pueblo, donde llegaba gente armada que aterrorizaba
a los vecinos. Llama a su nieto, un chaval despierto, de
unos 12 años, que nos muestra una cicatriz de bala
en la espalda, de cuando huyeron. Nos quedamos consternados
ante la herida. El chaval, viendo nuestra expresión,
se pone inmediatamente unas gafas de sol de última
moda -aunque ya habían sufrido más que una
batalla-, como diciéndonos que no quiere ser una
víctima, ni dar lástima. Quiere exprimir la
vida, sacar el máximo partido al tiempo que le ha
tocado vivir.
|